Noticias de Actualidad del Metro de Sevilla

martes, 16 de junio de 2009

Parada Inesperada

Me llamo Luisa González Lapa y soy primeriza. Acabo de tomar una decisión que no creo que tenga importancia. Como vivo en Montequinto y mi mejor amiga, que se llama Concha, en Ciudad Expo he decidido hace unos minutos ir a visitarla. No tengo, sinceramente, muchas ganas pero si no tomo las decisiones de esta manera, no tomo ninguna. Así que como mujer indecisa voy a coger la línea uno del metro, voy a dar dos saltos hasta llegar a Mairena del Aljarafe y en veinte minutos estaré allí. Estaré con Concha. Con mi amiga Concha.

Subo hasta la parada de Montequinto. Todo va bien. Aún no estoy cumplida hasta dentro de una semana. Estoy hasta los “ovarios” de estar en casa. Recargo el ticket porque está sin saldo. Es una puñetera tarjeta RCI, esa que las malas letras cuentan que llevaremos bajo la piel, algún día, para estar localizados e identificados en el “almacén de humanos” de nuestro planeta. Según ese rumor “futurológico”, pero rumor al fin y al cabo, con ese circuito bajo nuestra piel será posible estar localizados en todo momento, como si fuésemos bultos en un almacén global. Sinceramente si eso sucede algún día muchas cosas habrán cambiado. El que quiera podrá conocer la posición en el mundo de la persona que desee.
¡El que quiera!
Será estupendo, por las narices del profeta, que el que lo desee, o pague, pueda localizar nuestra posición en el planeta. Eso será libertad y será otra historia. Que orgullo…si ocurre.

Las puertas antisuicidas del metro se abren para Luisa y, casi a la par, se abren las del gusano. Tras dejar el paso suave a las personas, tardan poco en cerrarse. Rápidamente el gusano coge velocidad.
Mira que el vehículo es el mismo que el usado en el tranvía pero el tranvía es, claramente, un gusano pacífico y después de sentir el metro es un gusano estreñido o, quizás, reprimido.
El metro y el tranvía, siendo el mismo vehículo, no son lo mismo. Son historias distintas en caminos distintos con el mismo protagonista. Gusano Loco versus Gusano pacífico. Extraña dualidad. Siendo el mismo vehículo, el metro y el tranvía cambian como de la noche al día.
Luisa, sentada en uno de los sillones de plástico que la lleva en el sentido de la marcha, escucha por megafonía:

-Próxima parada Ner...on. At...en… parada.

Luisa no se entera de nada. La megafonía está ida. Estropeada. Algo inquieta pregunta a la persona que está al lado; a su vera:

-¿Qué ha dicho?
- Pues no sé. No me he enterado. No tengo ni idea. Pero pienso que ha dicho algo así como:
- “Próxima estación, Nervión”…
- Tenían que ponerle a usted a cargo de esto de la megafonía. – Ríen las dos-
- …pero la frase era más larga. – Continúan las risotadas –

El metro llega a Nervión, expele y toma pasajeros para continuar su sumergido camino de hierro. Retoma la marcha y antes de la siguiente parada comienza a detenerse mediante anárquicos espasmos hasta quedarse quieto. Un ruido de descarga, como si fuese un rayo, se escucha fuera; quedándose el metro quieto dentro de su túnel. Las luces, de momento, permanecen encendidas. La megafonía se activa.

- Per… mas…tos…mos…ma.

Las dos compañeras de viaje vuelven a hablar:

- ¿Qué pasa? ¿Has entendido algo?
- Yo que va. Es como si hubiese escuchado a un político. No he entendido nada.

Pese a la tontería ninguna se ríe. Las luces del metro se apagan. Se apagan las de fuera y se apagan las de dentro. Quedan en la oscuridad. En la más tremenda oscuridad. Normalmente todo va bien pero cuando las cosas se enredan siguen enredándose y continúan aunque no se quiera. A este proceso irreversible le llaman encadenamiento de la Ley de Murphy. Y hoy se está cumpliendo de nuevo. Sobre todo cuando Luisa, antes de tiempo y sin desearlo, comienza a tener contracciones y a los cinco minutos rompe aguas. Se quita los manchados pantalones de tubo. Su pequeño viene al mundo y lleva un cuarto de hora a oscuras dentro de un túnel del “p” metro.

-¡No es posible! ¡Ahora no!
- Madre. – Dice con calma la compañera de asiento- ¿Cómo te llamas?
- Luisa. Me llamo Luisa. Esto pinta mal. ¿Me va a ayudar? – Grita frenando el alarido-
- Te ayudaré Luisa. Tranquila. He tenido a dos pequeños. Te ayudaré. No estás sola.
- ¿Cómo te llamas? –pregunta Luisa a la compañera de asiento y, al paso que va, de parto. Luisa da un pequeño grito otra vez. Llegan las contracciones y sus amigos los dolores.-
- Me llamo Elena. Te ayudaré.
- Llama a una ambulancia, por favor.
- Un segundo. Pediré ayuda.

Elena empieza a dar vueltas por el metro solicitando un teléfono porque los suyos no tienen cobertura. Elena va contando la historia de boca en boca mientras Luisa jadea en la distancia. Elena llega y no llega. Luisa se tumba entre los sillones de plástico ocupando el pasillo central del vagón. Se aferra con los brazos a los sillones para desviar hacia ellos su dolor; las contracciones son más frecuentes. Luisa grita:

- ¡Elena! ¿Dónde estas?

Elena llega acompañada y presurosa. Llega respirando con cierta agonía o quizás cierta ansia. Luisa está aferrada a los dos sillones de plástico y apoyada en sus manchados pantalones de tubo.

- Luisa. El bebe viene. Nadie tiene cobertura pero he localizado a una ATS. Se llama Anna. Podemos ayudarte entre las dos.

Luisa con el miedo en su sangre y en sus huesos le pregunta a Anna sin protocolos ni procedimientos:

-¿Puedes ayudarme de verdad? –jadea-

Y Anna expresa:
- Por supuesto Luisa. Entre Elena y yo te ayudaremos. Yo soy enfermera y Elena es Auxiliar de clínica. Mantén la calma. Respira. Vuelve a respirar. Las dos hemos asistido a partos, sabemos de qué va esto. Calma Luisa. Respira. Vuelve a respirar. Así. Eso.

Luisa mira a Anna durante un instante eterno. Su mirada no deja de expresar su preocupación y su miedo. Luisa está asustada, incluso “acojonada”(es decir con las gónadas altas). No puede dejar de expresar su profundo miedo. Se siente estúpida y tonta. Podría haber hecho que viniese Concha a su casa. Y ahora por su ansia y aburrimiento…ahora esta pariendo en el metro. Entre queja y queja Luisa habla de nuevo.

- Esto me duele un montón. ¿Es normal? ¿Estoy dilatando?

Elena y Anna intervienen a la vez:

- Es normal.

Y Elena continua en silencio dejando la palabra a Anna. Elena, decidida, se quita la falda larga, blanca y recién puesta (entiéndase limpia), para colocarla debajo de Luisa. Mientras Anna habla, Elena se queda en bragas , usa su falda para colocarla debajo de Luisa , retira los pantalones de tubo de la parturienta que están manchados y ,sin pudor ni vergüenza ante su nueva situación, queda esperando instrucciones de Anna. El suelo está ahora más mullido y la falda hace de preservativo durante el parto que viene. Durante el parto que se les viene encima. Elena comienza a hablar cuando Anna ha terminado de tranquilizar a Luisa, de entretenerla con sus cómicas historias.

- Un parto es dolor. Si yo te contase. Yo di a luz sin epidural. Bueno, prácticamente sin epidural. Fue tremendo. Ya te contaré Luisa. Ya te contaré.

Y Luisa siguiendo la jugada responde entre contracción y dolor. Entre dolores y contracciones:

- Me parece – quejío- que –nuevo quejío- voy a parir –grita- sin epidural –grita de nuevo- sin espiral ni sus ¡Muelas! - grita con desesperación- ¡Dios Mío! ¡Ayúdame!
- ¡Ayúdame! -grita Luisa en su dolor-

Las luces siguen apagadas aunque Luisa esté dando a luz. Paradojas de las acepciones semánticas de luz y luces. Suele ocurrir esto, aunque no nos demos cuenta.
Anna, Elena y Luisa están juntas en medio del vagón de metro parado y oscuro. Están ciegas, se han estado iluminando con las luces de las pantallas de los móviles. Elena, que es muy resuelta, grita en el monovolumen de veinte metros.

- ¿Alguien tiene una linterna?

Y a los dos segundos repite de nuevo y con aire recién incorporado a su precioso pecho:

- ¿Alguien tiene una linterna? ¡Por favor! Alguien está pariendo en el metro.
- ¡¿Alguien tiene una linterna?! – Grita con fuerza otra vez-

Cuando esta disponiéndose a expeler otro grito, durante el momento de inspiración en que sus pechos destacan, alguien responde:

- ¡Yo! ¡Yo! tengo luz.
- ¿Una linterna?
- Tengo luz.
- Pero ¿Qué luz?
- Un móvil con linterna. ¡Señora! Voy pá allá.

Una intensa luz blanca de led, en lugar de bombilla, se acerca trepidante hacia Elena. Sombras, perfiles y bragas improvisadas se marcan. Formas intensas mientras el caballero se acerca a ella y ella al caballero.
Elena, que no es lesbiana precisamente, piensa un poco dentro de si: "¿Estará bueno el tío?" Y el tío que llega es gordo; pero, al menos, no es apestoso. Huele hasta bien. Humm “Huele a tabaco dulce” Y pensando esto Elena le comenta decidida:

- Por aquí. Por favor. Estamos cerca.
- Ya oigo los alaridos de la parturienta. Tranquila. Soy el conductor del metro.
- Es verdad. ¿Ha avisado a la ambulancia?
- Está esperando en la parada de Nervión. Iremos hacia allí cuando vuelva el fluido eléctrico.
- ¿Y cuando será eso?
- No lo sé. No lo sé.

Cuando arriban a la posición Anna comenta sinceramente a Elena:

- Aún tenemos poca luz.
- Te lo resolveré ¿Cómo va eso Luisa? –Mirando sonriente a la excompañera de asiento-
- Va…Creo que estoy dilatando – y un alarido pulsante inunda oídos y tímpanos cercanos –

Luisa no puede dejar de expresar su dolor. Anna le da un beso a la frente a la cercana mamá y expresa decidida:

- Ten calma. Respira. Ya llega tu pequeño.

Elena tiene una idea para aumentar la iluminación del parto que se aproxima inexorable en la oscuridad de un túnel del metro sevillano. Aunque las luces de emergencia iluminan tenuemente el túnel; dentro del vehículo la iluminación es nula porque no tiene instaladas, aún, las lámparas de emergencia. Decidida comienza a recolectar móviles de pantalla grande. Le explica a cada usuario que la intención es iluminar el parto con el mayor número de móviles. Las personas acceden sin tapujos, algunas se unen porque Elena solo puede mantener encendidos un terminal en cada mano. A los pocos minutos un montón de manos con móviles iluminados enfocan el parto de Luisa. Luisa que está muy consciente no puede dejar de decir:

- Que parto tan concurrido. Coño.

Los oyentes de su comentario no pueden dejar de sonreír. Algunos y algunas hasta se ríen a carcajadas. El proceso continúa con normalidad y la cabeza del pequeño empieza a aparecer. Casi todos dejan de respirar durante varios minutos. Respiran y algún susurro expresa:

- Mirad. Ya llega.

Y del escondrijo vertical, animal y natural, casi perfecto, va saliendo el bebe. Un bebe que es niña. Y la niña va a manos de Anna que la ayuda en el transito de su llegada al mundo. La perfecta enfermera recoge a la pequeña que empieza a llorar en el momento que la coge en sus manos. Corta el cordón umbilical con unas tijeras de manicura del bolso gigantesco de Elena. Luisa mira a su pequeña y respira profundamente relajada. Anna, que ya ha cortado el cordón umbilical, le deja unos minutos la niña a su madre. Luisa abraza a su pequeña cubierta por otra falda rosa de alguna mujer próxima. Otra mujer que ha decidido quedarse en bragas. La nueva madre emocionada llora mientras tiene a su pequeña en brazos. Todos comparten ese momento con mágica intensidad. Comparten un momento único para cada uno de nosotros. Comparten la llegada de un nuevo ser humano. Una llegada que la naturaleza, pase lo que pase después, provoca y sugiere a los progenitores independientemente de su relación estable o no. Luisa asciende a su hija sobre su pecho y le pregunta.

- ¿Qué nombre te pongo? ¿Qué nombre te pongo pequeña? ¿Qué nombre quieres?

Las luces se encienden de nuevo. El metro comienza a moverse lentamente hacia la estación de Nervión. Todos los presentes retiran los celulares. Un jaleo de alegría multitudinaria inunda el volumen. Luisa mira a la pequeña de nuevo y dicta irreversiblemente:

- Te llamaré Luz. Si. Solamente Luz. ¡Luz!

La coyuntura presenta a la pequeña Luz cogida por su madre. Anna cerca de Luisa esperando la placenta. Elena devolviendo los móviles a los propietarios que solo dejaron el terminal y no participaron en la iluminación del acontecimiento. La mayoría de las personas dejan espacio alrededor de Luisa con su pequeña Luz en los brazos. Un montón de móviles, que han recuperado la cobertura, empiezan a sonar con mensajes y llamadas realizadas que no dejaron ningún mensaje. Durante unos segundos el vagón se convierte en una feria. Más aún si observamos a Elena y “Ricitos de oro” que han donado sus faldas y están en bragas. Menos mal que son blancas y no dejan ver mucho. Menos mal.
En la estación de Nervión para el metro “maternidad”. Hay varias ambulancias. Luisa sigue en el suelo con su pequeña; ya ha expulsado la placenta. Anna habla con la médico de urgencias. Tras unos minutos salen del vehículo “maternidad” Luisa con su Luz en la camilla. Anna con su fina cara a la vera sujetando en una mano la placenta rodeada por la falda blanca y plegada. Elena y “Ricitos de oro” con mantas haciendo las funciones de faldas. La médica de la ambulancia admite que las cuatro, bueno cinco contando a Luz, mujeres suban a la ambulancia. La parturienta esta bien y después del lugar del parto puede permitir que suban las mujeres en la parte de atrás de la ambulancia. Anna le ofrece la placenta a la médico para que valore si está completa o puede quedar algo, todavía, en el útero.

La ambulancia sale desde la estación de Nervión. Sale con Luisa, Luz –su hija-, Anna-la matrona-, Elena-la auxiliar de parto, iluminación y donante de falda- , Ricitos de Oro –solo donante de falda- y el personal de la ambulancia.

El hospital Virgen del Rocío Está cerca. Y allí llegan.En el camino Elena cuenta como salvó a un niño de la asfixia hace muchos años. Explica que le encanta ayudar a la gente. Anna la secunda y apoya con empatía porque por eso ejerce su profesión. Ricitos de Oro sonríe simplemente y Luisa; Luisa les dice a todas.

-Gracias. Muchas gracias de mi parte y de la pequeña Luz.

La pequeña Luz sonríe por primera vez en su vida. Todo ha ido bien. Menos mal. Ríen y respiran juntas en la ambulancia que llega.

Constantino Carenado, o Alberto Real.